domingo, julio 26, 2009

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Uno se abandona y termina suicidándose sin querer hacerlo, simplemente quedándose en la espera de que alguien te hubiera podido salvar. Pero no hay salvavidas, nadie echa la vista a la costa a ver quien se hunde y lanzarle una cuerda para sacarte de entre las olas, todos miran al horizonte, allá donde no se distingue más que la luz del sol y la línea infinita del mar. No hay nadie, absolutamente nadie procurando tu bienestar, no hay más que tú en la inmensa bastedad del océano, pensando entre nadar o esperar.

Quizás si hubieras tenido un momento de serenidad te hubieras podido salvar, pero siempre creíste que ese era trabajo de alguien más, imploraste a los cielos y te encomendaste a ajenos, te convenciste de que quizás era un sueño y a cada salida del sol te dabas cuenta que era la pesadilla de la realidad, la realidad que quisiste ver e interpretar, careciente, vana, oscura, perturbante, simplemente te dejaste morir, el suicidio que jamás quisiste cometer, fuiste el autor de tu propio crimen, moriste a causa de ti, de tu bienestar y de tu falta de compresión, moriste por no nadar.